A couple of kilometers is the longest distance Carlos has had to travel when delivering an order. In the middle of trails, paths with sharp stones, puddles, mud and steep roads, it does not occur to him to imagine an accident. His self-confidence is stronger than the well-intentioned and intimidating advice of people who watch him ride a unicycle with takeout food.
Carlos, born in Candelaria de la Frontera, Department of Santa Ana, El Salvador. He starts his day at 8:00am; the temperature here can vary between 16 to 30 degrees. He helps his family organize the inventory and schedule for each order for the family business. On a table are dozens of trays with eggs, bananas, milk, lemons and chipilines, which will be distributed to the neighbors. María Flores, his mother, wraps up the first order of the day well. Carlos grabs his unicycle, lowers the broken wall in front of his house, and mentally prepares his body for the uncomfortable ride. After work hours, he saves his salary money in order to buy a bicycle and fix his bed and house.
A child once told me: “you’re going to hurt yourself on that thing,” Carlos remembers happily. “No, man, I do not get hurt. Sometimes I fall when I go to visit my aunt. Sometimes I slip, but just get scrapes and that’s it.
At the age of 12, Carlos handles the unicycle just like any adult expert in traditional circuses in his country. He has to cross mountains, ravines, one- or two-lane roads with less than a meter of room for him. His dexterity, genuineness and entrepreneurship are admired by people who wonder how he does it in amazement and they affirm that no one can walk on the streets with that skill. His father, Carlos Andrés Castillo, thought of buying him a bicycle but they didn’t have enough money. But they saw a unicycle on sale and bought it for $10, at the boy’s request.
“The hardest thing for me was learning to ride a unicycle,” says Carlos as he rests his arms on the saddle of the unicycle. “I could ride a lot on the bike without my hands on the handlebars and that’s where I learned the most… it didn’t feel dangerous; I didn’t feel like I was going to fall… Sometimes they call my mother to ask for an order, or they see me on the street and ask me… and people tell me. ‘My heart is going to stop, get off that thing!'”
The COVID-19 pandemic reached El Salvador on March 19, 2020. Since then, the country has 74,141 infections, with 69,215 recovered, and 2,270 deaths from the virus. At the beginning of last year, Candelaria de la Frontera temporarily closed the schools. Carlos, to occupy his free time, decided to collaborate in the family business and bring food to people who could not leave their homes. His parents disagreed at first. But later, when the infections dropped, they conditionally accepted. They gave Carlos some orders, such as avoiding paths and unknown people, and to be careful on the road, if he had to go through there. And of course he did not neglect his studies.
“It makes me feel very satisfied because it makes me think that, when he grows up, Carlos will be very responsible with his family and with us too,” his mother says proudly.
“I used to take my son to the mountains since he was little, “says Carlos Castillo. “As a child he is trained, so to speak, to all terrain. I am happy to have a son… Besides being a great support to me, he is a good boy. Someone told me: who does not want to have a child like him?”
The delivery schedules and those of the school never coincide. Everything is planned so that Carlos takes care of the most important thing: his education.
“They send me the tasks by WhatsApp. And it costs me more than all mathematics, because they don’t send us explanations, like that, videos. But yes, in the rest I’m fine.”
Carlos lives with his parents and his three younger brothers. His story was broadcast by some media in El Salvador. Thanks to this, the Castillo family received help from neighbors and compatriots. They also received collaborations from people in Mexico, Ecuador, Spain, so they were able to buy clothes for the children and a stove. Now the boy has two bicycles, new tennis shoes, a mattress, an electronic tablet for his studies and those of his brothers.
The “Unicycle Boy,” nicknamed that by his friends, continues to help out in the sales business. He saves energy and time on every order. Clients increase at the same time as school obligations. Nevertheless, he accomplishes every task.
“I am very happy to see that people who before were neither friends nor acquaintances speak to me as if I were a brother… I’m going to keep the unicycle; it’s the one that has brought me blessings.”
Viajes en una rueda: entregas en monociclo
Un par de kilómetros es la distancia más larga que ha tenido que recorrer Carlos al entregar un pedido. En medio de trochas, caminos con piedras punzantes, charcos, barro y vías empinadas, no se le pasa por la cabeza imaginar un accidente. La confianza que tiene de sí mismo es más fuerte que los bienintencionados e intimidantes consejos de las personas que lo miran andar encima de un monociclo con comida para llevar.
Carlos, nacido en Candelaria de la Frontera, Departamento de Santa Ana, El Salvador. Inicia su día a las 8:00am; la temperatura aquí puede variar entre 16 a 30 grados. Ayuda a su familia a organizar el inventario y el horario de cada pedido del negocio familiar. En una mesa se encuentran las decenas de cubetas de huevos, plátanos, leche, limones y chipilines, que serán repartidos a los vecinos. María Flores, su madre, envuelve bien el primer pedido del día. Carlos agarra su monociclo, baja el muro quebrado de al frente de su casa y, mentalmente, prepara su cuerpo para el incómodo recorrido. Luego de la jornada laboral, ahorra el dinero de su salario con el fin de comprar una bicicleta y arreglar su cama y su casa.
-Un niño me dice: te vas a caer de esa cosa -recuerda Carlos con felicidad-. Le digo: no, hombre, no me caigo. A veces me caigo pero cuando voy a visitar a mi tía. A veces me caigo, pero no golpes, solo raspones y ya.
Con 12 años, Carlos manipula el monociclo igual a cualquier adulto experto de los circos tradicionales de su país. Tiene que cruzar montañas, quebradas, carreteras de uno o dos carriles con menos de un metro de espacio para él. Su destreza, genuidad y emprendimiento son de admiración para las personas que, con asombro, se preguntan cómo lo hace, y afirman que cualquier persona no puede andar en las calles con esa habilidad. Su padre, Carlos Andrés Castillo, pensó en comprarle una bicicleta pero el dinero no alcanzó; vieron un monociclo en promoción y lo adquirieron por 10 dólares, a petición del niño.
-A mí lo que más me costó fue aprender a subir -dice Carlos mientras apoya sus brazos en el sillín del monociclo-. Yo en la bicicleta podía andar bastante sin las manos en el manubrio y ahí fue donde aprendí más. (…) Yo no lo sentí peligroso, no lo sentí como si me fuera a caer. (…) A veces llaman a mi madre a pedirle un encargo, o me ven en la calle y me lo piden a mí (…) Y la gente me dice. “¡Se me va a parar el corazón, bájate de esa cosa!”.
La pandemia del COVID-19 llegó a El Salvador el 19 de marzo de 2020. Desde entonces, el país tiene 74.141 de contagios, 69.215 recuperados, 2270 muertes por el virus. A comienzos del año pasado, Candelaria de la Frontera cerró temporalmente los colegios. Carlos, para ocupar el tiempo libre, decidió colaborar en el negocio familiar y llevar comida a las personas que no podían salir de sus casas. Sus padres no estuvieron de acuerdo en un principio; luego, cuando los contagios bajaron, aceptaron condicionalmente. Dieron algunas órdenes a su hijo, como evitar caminos y personas desconocidas, ir con precaución en la carretera, si tenía de pasar por ahí. Y por supuesto que no descuidara sus estudios.
-Me hace sentir bien satisfecha porque me hace pensar que, cuando sea adulto, Carlos va a hacer muy responsable con su familia y con nosotros también -dice orgullosamente su madre-.
-A mi hijo desde pequeño lo sacaba a las montañas -comenta Carlos Castillo-. De pequeño él es entrenado, por decirlo así, a todo terreno. Me siento feliz de tener un hijo… además de ser gran apoyo para mí, es un buen niño. Alguien me dijo a mí que quién no quisiera tener un hijo como él.
Los horarios de las entregas y los de la escuela nunca coinciden, todo está planeado para que Carlos se ocupe de lo más importante: su educación.
-Me envían las tareas por WhatsApp. Y me cuesta más que todo matemáticas, porque no nos mandan explicaciones, así, videos. Pero sí, en lo demás voy bien.
Carlos vive con sus padres y sus tres hermanos menores. Su historia fue transmitida por algunos medios de comunicación de El Salvador. Gracias a ello, la familia Castillo recibió ayudas de vecinos y compatriotas; igualmente les llegaron colaboraciones de personas en México, Ecuador, España, por lo que pudieron comprar ropa para los niños y una estufa. Ahora el niño tiene dos bicicletas, tenis nuevos, colchón, una Tablet electrónica para sus estudios y los de sus hermanos.
El “Niño del monociclo”, apodado así por sus amigos, continúa ayudando en el negocio de ventas. Ahorra energía y tiempo en cada pedido. Los clientes aumentan a la vez que las obligaciones escolares; no obstante, cumple cada tarea.
-Me pongo muy feliz de ver que gente que antes no era ni amigo ni conocido le habla a uno como si fuera un hermano (…) El monociclo lo voy a guardar, es el que me ha traído bendiciones.